A fines del siglo XVII desaparecieron los artistas italianos
y flamencos que fueron tan numerosos en el siglo XVI y
a principios del XVII. Los pintores españoles son
dueños y señores del arte hasta 1650, pero
después empiezan a escasear.
Por el contrario, los artistas indígenas y mestizos
son cada vez más numerosos. Es entonces que la
pintura - salvo en Potosí en donde Holguín
imprime la marca de un arte diferente - comienza a asumir
su propia identidad y a alejarse de los modelos europeos.
Cuzco y el Collao son los centros de esta nueva tendencia.
Las pinturas más apreciadas son aquellas que carecen
de perspectiva, con escenas variadas y anecdóticas
y personajes de belleza convencional. El oro, utilizado
profusamente en los primeros años, pero luego desaparecido
con el manierismo, vuelve a escena y los cuadros revestidos
de él son altamente valorados. Berrío utiliza
el oro en Potosí, Cuzco y el Collao. El gusto indígena
se impone y un gran número de pinturas presentan
estas características.
El siglo XVIII está marcado por un interés
creciente hacia la historia incaica. Numerosas piezas
de teatro recuerdan la fundación del imperio incaico,
la muerte de Atahuallpa, la lucha heroica de Huayna Kapac,
etc. Las obras no están destinadas únicamente
a los conventos y a las iglesias: los arrieros, que en
ese entonces hacían de mercaderes, compraban en
ocasiones hasta 200 obras al mes para venderlas a los
indígenas de las tierras altas. La pintura se hace
popular y los centros indígenas del Collao y de
Cuzco monopolizan la producción, especialmente
en esta última ciudad, en donde los pintores realizan
un trabajo masivo. El proceso de mestizaje es largo: comienza
hacia 1680, durante el período barroco, creando
formas diferentes a las que se acostumbra en Europa, y
termina alrededor de 1780, cuando el estilo neoclásico
llega a América. En los pueblos indígenas
se sigue pintando bajo este estilo hasta fines del siglo
XIX.
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Los primeros pintores del Collao son Leonardo Flores y
el Maestro de Calamarca. El primero trabaja alrededor
de 1684 en los pueblos que se encuentran a orillas del
Lago Titicaca, como Yunguyo, Puerto Acosta e Italaque.
Debe su estilo a los grabados flamencos. Pinta escenas
anecdóticas, sus reyes llevan trajes lujosos y
joyas, las vestimentas flotan cual si fueran nubes. Estas
características son exageradas por los pintores
del Collao que suceden a Flores, como su discípulo
Juan Ramos. Si bien ciertas obras de Flores son realmente
barrocas, otras, como el rico Epulón y el pobre
Lázaro , representan a personajes totalmente infantiles.
Flores trabajó para el Obispo de La Paz, Queipo
del Llano. Sus cartas al obispo revelan un personaje seguro
de sí mismo y muy orgulloso de su trabajo. Esta
era en general la idea que los pintores tenían
entonces de sí mismos. Muchos de ellos al firmar
sus obras, precisaban donde y cuando habían sido
éstas realizadas, consignando igualmente su condición
social.
Después de Flores, la pintura del Collao se hace
grandilocuente y se dirige a las masas. La Asunción
de la Virgen es un tema recurrente y en ocasiones un carro
triunfal es jalado por serpientes y sirenas. Esta última,
símbolo del pecado, es uno de los motivos acostumbrados
del arte barroco, especialmente en arquitectura. Otro
tema favorito es el de Las Postrimerías. Las más
célebres pinturas sobre este tema se encuentran
en la iglesia de Carabuco, firmadas por Juan López
de los Ríos. Algunas representan al demonio tentando
a mujeres indígenas mientras escuchan un sermón.
En todas estas obras volvemos a encontrar la influencia
flamenca. El infierno, en particular, nos recuerda al
Bosco. La serie más famosa después de la
de Carabuco se encuentra en Caquiaviri, fechada en 1739.
En Carabuco es donde aparecen los primeros ángeles
vestidos a la usanza del siglo XVII. Estos ángeles
serán más tarde el tema favorito de los
pintores de las tierras altas. En Bolivia existen varias
series de ángeles, siendo la más famosa
la que se encuentra en la iglesia de Calamarca. Está
compuesta de 36 cuadros que podemos agrupar en tres series:
los arcabuceros, los que están vestidos de Romanos
y los serafines, con vestimenta de mujer. Esta iconografía
proviene, por una parte, de Dionisio el Areopagita y por
otra, de los tratados militares del siglo XVII.
La serie de Calamarca fue encargada en 1680. Los personajes
carecen de relieve, los rostros son infantiles y convencionales,
las vestimentas minuciosamente pintadas. Las otras series
de ángeles se encuentran en Peñas (departamento
de La Paz), Yarvicolla (Oruro), en la iglesia de San Martín
(Potosí) y Pomata (Puno). Muy probablemente estas
pinturas de ángeles nacieron en el Collao. Las
"Madonas", que son copias de imágenes
populares de la Virgen, se expandieron igualmente en la
región y además se siguen haciendo en la
actualidad. Las más antiguas se remontan a 1680.
Como en el caso de los ángeles, este tema se originó
seguramente en el Collao y Cuzco, regiones en las que
fue creado, así como en Potosí, donde Luis
Niño y Ecoz pintaron "Madonas" de este
estilo. Encontramos en Cuzco las obras de Chilli Tupac
y de innumerables anónimos con este tema. Las "Madonas"
más conocidas son las de Cocharcas y Pomata. Esta
última proviene de la misión dominicana
del Lago Titicaca. Pomata es un pueblo cerca de Copacabana,
en donde las Vírgenes tienen una belleza singular.
Junto con los ángeles, estas obras son testimonio
del alto nivel que podía alcanzar la pintura americana
en su interpretación del barroco. Si las comparamos
con las que eran realizadas en la misma época en
España y en el resto de Europa, podemos ver cuan
lejos se llegó: luego de haber importado al siglo
XVI las formas artísticas, los Americanos las adaptaron
a su propia sensibilidad para crear un arte original y
diferente.
Si bien no existe influencia española en el Collao,
Zurbarán está ahí presente, con sus
imágenes de santas imitadas por los pintores locales.
Además de los ángeles, existen numerosas
series de santos, Santa Casilda, por ejemplo, cuyas joyas
nos recuerdan a Flores.