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La forma de la ciudad

 

En 1724, los españoles iniciaron el proceso fundacional de Montevideo en una península que se interna en el Río de la Plata conformando una bahía custodiada por el cerro del que derivó su nombre (monte sexto de este a oeste, Monte VI dEO). La ciudad se despliega a manera de abanico a lo largo de las vías de circulación que desde el resto del territorio nacional convergen en su puerto. Hacia el este, una sucesión casi ininterrumpida de playas de arena prolonga en el tiempo su condición de ciudad balnearia, iniciada a fines del siglo XIX.

Plan de Montevideo de 1783 gracieusement prété par Pierre Gautreau et Carlos M. Martínez.

Sobre ese marco geográfico privilegiado, la ciudad se extiende siguiendo un plano en el que se yuxtaponen y superponen diferentes modelos urbanos que denotan los cambios producidos en la teoría urbanística desde su fundación hasta nuestros días. Entre la multiplicidad de trazados que la ordenan continúa preponderando el damero de origen colonial conformado por manzanas cuadradas de casi 100 metros de lado; damero que una vez alcanzada la independencia del país se continuó aplicando hasta el presente a los sucesivos crecimientos de la ciudad de manera un tanto rutinaria. Sin embargo, la homogeneidad de la cuadrícula montevideana no presenta esa abrumadora monotonía que se percibe en otras ciudades más extendidas, sino que produce una sensación de orden y tranquilidad un tanto provincianas. Finalmente, la presencia de un sistema de espacios verdes públicos inspirado en el de París y de la Rambla -una avenida costanera de más de 30 kilómetros de longitud-, ambos terminados hacia 1935, contribuyen a su jerarquización como ciudad capital.